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  • María Paulina Rivera Chávez

Una mirada decolonial a la política exterior feminista

María Paulina Rivera Chávez*


Para quienes trabajamos en el análisis o en la práctica de la política exterior, o para cualquier persona interesada en los asuntos internacionales, no es poco común encontrar alguna referencia a la política exterior feminista. Esto no habría sucedido hace una década, ya que la política exterior ha sido una de las áreas de la política internacional más dominadas por nociones de masculinidad. Esta afirmación no se reduce a que la mayoría de las personas que diseñan y ejecutan la política exterior son “hombres”, sino al hecho de que los valores y las dinámicas sobre las cuales se estructuraron los Estados y las sociedades mundiales se fundan en jerarquías de género, sexualidad, raza y clase, privilegiando una noción de soberanía masculina, blanca, burguesa y heterosexual.


El debate empezó a cambiar cuando, en 2014, Suecia se convirtió en el primer país del mundo en promover una política exterior feminista. Esta acción representó un desplazamiento, ya que fue más allá de incluir la perspectiva de género en acuerdos y posicionamientos, al dirigir sus esfuerzos a eliminar las diferencias estructurales y promover la igualdad a través de nuevas prácticas y marcos a nivel nacional y global. En 2020, se produjo otro acontecimiento importante. México se convirtió en el primer país del “Sur global” —seguido por Libia— en adoptar una política de este tipo. Para algunas personas, esta acción trastocó la noción de que estas políticas eran una herramienta exclusiva de las naciones occidentales y europeas. Además, al incluir un enfoque interseccional, la propuesta mexicana cuestionó si el patriarcado es la principal fuente de opresión en el sistema internacional, o si es necesario hablar de otras categorías como clase, raza, etnia, sexualidad, entre otras.


Los trabajos que se han hecho sobre este tema son diversos, y no es mi objetivo hacer un análisis detallado de éstos. En general, han sido críticos de aspectos específicos de cada política, como la exportación de armas por parte de Suecia y Canadá a Arabia Saudita o el contexto de violencia feminicida en México; sin embargo, han reconocido su ambición de transformación.


Yo coincido en que la adopción de las políticas exteriores feministas ha sido fundamental para reorientar la conversación y plantear nuevas preguntas. Sin embargo, soy mucho más cautelosa al hablar de sus contribuciones, ya que no considero que estén desmantelando las jerarquías que excluyen a diversos sujetos. En mi opinión, estas políticas siguen (re)produciendo regímenes de poder normalizados, ocultándolos a través de un discurso feminista. Como sucede con conceptos como homonacionalismo o femonacionalismo, se han convertido en una herramienta de identidad nacional y de excepcionalismo que mantiene el statu quo y reorienta ciertos problemas fuera de las fronteras nacionales.

Esto no significa que sea un proyecto fútil. Más bien, requiere que hagamos una reflexión profunda de las bases sobre las cuáles se han diseñado las políticas exteriores feministas actuales y cuestionemos cuáles son los sujetos que se producen y los que se quedan fuera. Si el objetivo de estas políticas es eliminar las estructuras de poder patriarcales y racistas, es necesario entender que las jerarquías globales son producto del colonialismo, que fue posible debido a la creación de la raza como sistema de dominación social; la hegemonía del capital como sistema de explotación social y económica; y la construcción del género, que privilegia la existencia de cuerpos e identidades específicas, al basarse en una organización biológica dimórfica, patriarcal y heterosexual de las relaciones sociales, formando un sistema articulado de poder que construye la diferencia.


La colonialidad continúa en las dinámicas nacionales y globales del presente, y es respaldada por el poder del Estado. Por ello, es indispensable superar las ideas de que la representación o la inclusión de las “mujeres” en la política exterior y en las mesas de negociación, el empoderamiento económico de niñas y mujeres, y la asignación de recursos a sectores específicos son el mejor camino para seguir. Estas políticas se han construido bajo nociones modernas/occidentales que privilegian una lógica categorial en la que existen sujetos universales como las “mujeres” y se mantienen las dicotomías como masculino/femenino, negando las experiencias de aquellas personas que no cumplen con las normas aceptadas.


Descolonizar las políticas exteriores feministas implica mostrar otras formas de conocimiento que la modernidad ha tratado de invisibilizar, dando lugar a un diálogo crítico entre diversos proyectos epistémicos/éticos/políticos. Esto permitiría pensar en enfoques diferentes sobre el cambio climático y la migración —por nombrar algunos ejemplos— que vayan más allá de los actuales binarios coloniales de ciudadano/migrante, humano/no humano, de la comprensión de la migración como control de fronteras y de la naturaleza como mercancía (commodity) que debe ser intervenida. La discusión apenas comienza, y es fundamental entender cuáles son las implicaciones de estos proyectos antes de exportar un modelo que mantenga las jerarquías globales “en nombre del feminismo”.


*Licenciada en Relaciones Internacionales por El Colegio de México y maestra en Teoría de Relaciones Internacionales por la London School of Economics and Political Science. Fue miembro del Comité Editorial de la revista Millennium: Journal of International Studies en 2018. Se desempeñó como asesora del Subsecretario para Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos (2015-2017) y fue directora y fundadora del Centro de Investigación Internacional del Instituto Matías Romero (2020-2021)

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