- Dr.Israel Solorio Sandoval
El rol de las RRII en la batalla contra el reloj ambiental
Israel Solorio
En línea con la vieja tradición de las Relaciones Internacionales (RRII), durante décadas la batalla contra el reloj ambiental ha estado marcada por los Estado-Nación. Cual si fuera un reloj de arena, la respuesta ha sido a cuentagotas, aletargada, lejos del vertiginoso ritmo que nos impone la crisis climática. Es por eso que hoy, con la Conferencia de las Partes (COP) 26 en Glasgow como telón de fondo, parecen ser los movimientos sociales y las organizaciones de base quienes tienen la hora adecuada. Se acabó el tiempo para discursos, es hora de la defensa de la vida.
Es cuarto para la hora. Han pasado más de tres décadas desde la fundación del régimen climático estado-céntrico. Y poco o nada ha pasado. En 1992 se adoptó la Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático (UNFCCC por sus siglas en inglés), misma que entró en vigor solamente un par de años después. Surgieron las COPs como máximo órgano de toma de decisiones, donde todos los Estados que son partes en la Convención están representados. Y aquí es donde todo se perdió: la batalla contra el reloj ambiental se convirtió más bien en una guerra de simulaciones. Tanto los Estados como sus empresas (¿o será mejor decir las empresas y sus Estados?) jugaron a ganar tiempo, tiempo para que el problema recaiga en el próximo gobierno, tiempo para que el juego no se acabe antes de haberlo ganado todo, como en el Monopoly.
No se dieron cuenta -o no quisieron hacerlo- que con la crisis climática, perdemos todos. Porque los desastres ambientales que cada vez son más frecuentes sacan a relucir los límites del Estado para proteger a su población. Las migraciones climáticas dejan entrever que este problema no puede resolverse ni entenderse dentro de las barreras nacionales. O remamos juntos o nos hundimos juntos. Pero con base en su privilegio hay quienes se rehúsan a verlo, quienes prefieren soñar con colonizar Marte. Porque saben que en este juego quienes primero pierden son los más pobres. Y así es como la dinámica Norte-Sur en las negociaciones internacionales ha dinamitado toda posibilidad de acción. Los países ricos no quieren pagar los platos rotos, aún hoy reniegan de asumir su deuda histórica. ¿Y los países pobres? Tampoco nos quedamos atrás. La obsesión con el desarrollo nos ha insertado un chip extractivista que parece no nos podemos quitar. La ilusión desarrollista se ha vuelto nuestra maldición. Mientras tanto la deforestación y pérdida de biodiversidad siguen avanzando a paso agigantado en el planeta, dejando tras de si centenares de defensoras y defensores del territorio muertos. Sí, principalmente indígenas.
Hoy nuestros ojos están puestos en Glasgow. Desempolvamos nuestras esperanzas, nos acordamos que el fin podría estar cerca. También celebramos, ¿por qué no?, que el multilateralismo internacional haya mostrado sus grietas. Así se coló Fridays for the Future, con Greta Thunberg a la cabeza (si es posible sostener esa afirmación en un movimiento plural y horizontal como es el climático). Desde hace años las COPs no son sólo para Estados, ahora entran también los movimientos sociales. Y los pueblos indígenas, con toda su diversidad y cultura milenaria. Hasta surgió la Plataforma de Comunidades Locales y Pueblos Indígenas, como una mala copia del Acuerdo de los Pueblos en Cochabamba de aquel lejano 2010. Hasta el IPCC sugiere utilizar el conocimiento tradicional indígena para ampliar el abanico de herramientas contra el cambio climático. Lo cierto, sin embargo, es que en un salón lleno de barullo sólo algunas voces se escuchan mientras el resto son ignoradas. Y la batalla contra el reloj ambiental sigue estando marcada por Wall Street, The City y demás mercados internacionales, aunque las miradas siguen puestas en la Casa Blanca y en el número 10 de Downing Street, en los centros del poder político mundial.
En un mundo cambiante y cada vez más interconectado fueron los transnacionalistas quienes trajeron el pesimismo respecto al proceso multilateral, hasta al grado de ignorar los resultados de la UNFCCC. Apostaron por formas alternativas de gobernanza climática, siempre con una mirada de abajo hacia arriba. Dicen por ahí que el tiempo es sabio, y ahora parece darles la razón. Con el paso de (el Protocolo de) Kioto a (el Acuerdo de) París la UNFCCC se volvió menos una autoridad que pretende gobernar el cambio climático por completo y más un nodo coordinador de iniciativas diversas. Es en este contexto que la gobernanza policéntrica, propuesta inicialmente por Elinor Ostrom, ha adquirido renovado vigor. El mensaje de Ostrom que cada día se materializa más es sencillo: no todos los aspectos de la gobernanza tienen que ser diseñados por los negociadores internacionales, sino que nuevas formas emergen de manera espontánea desde abajo para producir patrones de gobierno más dispersos y multinivel, policéntricos.
Son las cinco para la hora. El colapso climático nos acecha. Pero al menos podemos decir que las RRII son más pluralistas en relación al gobierno del clima. Hablar de gobernanza policéntrica y actores no estatales en la lucha contra el cambio climático es ya algo común. Que sigue siendo una gobernanza esencialmente estado-céntrica, tal vez. La carrera es contrarreloj, pero en esta recta final por lo menos tenemos voces como #FuturosIndígenas que vienen a reforestar las mentes, para indigenizar los corazones. Porque el rol de las RRII en la batalla contra el reloj ambiental no se puede entender más sin tomar en cuenta las redes de resistencia. Cambiar de sistema parece a todas luces preferible a cambiar de clima. El tiempo se agota, ¿ganaremos la batalla?

*Profesor Asociado C, Tiempo Completo, adscrito al Centro de Estudios en Administración Pública (CEAP) de la FCPyS de la UNAM. Es Doctor en Relaciones Internacionales e Integración Europea por la Universidad Autónoma de Barcelona. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel 1, enfocando su investigación en la política energética y climática.