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  • Gustavo Sosa Núñez

Retos de la Agenda 2030

Gustavo Sosa Núñez*


El desarrollo sostenible es una asignatura pendiente a nivel planetario. Buscando el equilibrio entre sociedad, economía, y medio ambiente; este concepto también se usa para hacer referencia al nivel de bienestar y avance en temas tales como democracia, salud, derechos humanos, educación, empleo, e industria, entre otros.


Esto es del conocimiento de la Organización de las Naciones Unidas, que tuvo que dar seguimiento a lo establecido en los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), expandiendo esos objetivos a través de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, emitida mediante la resolución A/RES/70/1 del 21 de octubre de 2015.


Comprendiendo 17 Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS), esta agenda abunda en distintos temas que buscan homologar – hasta donde sea posible – a la humanidad bajo el lema “No dejar a nadie atrás”. Para dar seguimiento a dicho propósito, se han establecido 169 metas que se entienden como integrales e indivisibles, mismas que se apoyan en 232 indicadores que pueden medirse a través de datos estadísticos.


La proyección de 15 años parecería adecuada, delimitando el 2030 como año límite para la consecución de todos los ODS, aunque hay varias metas de distintos ODS que señalan al 2020, u otro año previo, como fecha para lograr lo que exponen. Ahora bien, está el antecedente de los ODM, que también duraron 15 años y que no lograron cumplirse. De hecho, esa es la razón de la aparición de la Agenda 2030.


Las buenas intenciones que se buscan con la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible quedan empantanadas cuando se analiza a detalle el texto de la resolución, las metas y los indicadores establecidos, así como los avances que cada país realiza para su implementación en los planos tanto nacional como local.


De inicio, se puede observar que varias metas no necesariamente asisten a la consecución de los ODS, pues no se enfocan en su propia implementación, sino que son demasiado generales para permitir la apreciación común e inclusión de todos los países. Esto se entiende al ser una resolución que requiere de aprobación de los gobiernos nacionales, y al tener cada uno de ellos intereses específicos, es crucial dar cabida a todas las perspectivas; acomodando el lenguaje y, en consecuencia, reduciendo el posible impacto indeseable que las metas pudieran tener en políticas públicas nacionales.


Además, si bien se apunta que la Agenda 2030 busca ser indivisible al vincular los distintos ODS, varias de sus metas pueden parecer contradictorias; esencialmente aquellas que buscan el crecimiento económico y las que promueven la protección de la vida terrestre y marina, o las que pretenden continuar subsidiando combustibles fósiles y las que enfatizan en la necesidad de transitar a energía renovable. No obstante, esto puede verse como parte de un proceso de transición del mundo actual a uno verdaderamente sustentable, pues los cambios drásticos tendrían consecuencias negativas que muy pocos están dispuestos a aceptar.


Los indicadores que establecieron las Naciones Unidas también muestran áreas de oportunidad, pues no necesariamente reflejan avances en las metas que se quieren lograr. Incluso, en algunos casos se repiten, lo que daría la impresión de que se busca argumentar avances simultáneos en distintas metas, aun cuando no haya trabajos sustanciales en su implementación. Como ejemplo está el indicador “Número de personas muertas, desaparecidas y afectadas directamente atribuido a desastres por cada 100.000 personas”, que está considerado en 3 ocasiones y catalogado como 1.5.1, 11.5.1, y 13.1.1. Si bien estos tres casos pueden vincularse, su enfoque es diferente y, por ende, deberían considerarse otras variables: la meta 1.5 refiere al fomento a la resiliencia de pobres y la reducción de su vulnerabilidad a fenómenos extremos, la meta 11.5 busca reducir el número de muertes causadas por desastres, y la meta 13.1 promueve el fortalecimiento de la resiliencia y capacidad de adaptación a riesgos relacionados con el clima. Aunado a esto, es importante recordar que los gobiernos nacionales están posibilitados para agregar los indicadores que consideren convenientes según sus propias características e intereses, lo que complejiza aún más el seguimiento a la implementación de la Agenda 2030. En esta tesitura, si bien es cierto que es positivo que los gobiernos nacionales tomen la iniciativa de incluir más indicadores, debe prevalecer el diálogo y la comunicación entre pares para buscar homologar hasta donde sea posible y aprender de otras experiencias.


Finalmente, es importante ubicar el contexto real de la Agenda 2030 en el marco de las políticas públicas de los países, pues el carácter meramente enunciativo en la normatividad no abona a una eficaz implementación de la agenda. El discurso puede ser positivo y esperanzador, pero si no hay forma de dar seguimiento puntual a esta agenda de desarrollo sostenible, todo esfuerzo y buena intención que se realice quedarán diluidos en el mar de la normatividad y se perderán en la cotidianeidad de la vida humana. Entonces, será importante ir preparando la propuesta de una Agenda 2050 que aborde lo pendiente y delimite las acciones para la realidad que se avecina, marcada por un creciente deterioro ambiental, crisis climática, flujos migratorios importantes, y conflictos bélicos, por citar algunos temas. El reto a futuro es grande, y es deber de todos participar y contribuir a una mejora en las condiciones de vida de la especie humana, el medio ambiente, y el planeta.



*Actualmente es profesor-Investigador en el Instituto Mora, centro público de investigación de CONACYT. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), Nivel 1. Realizó una estancia posdoctoral en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y una especialidad en Gestión de la Gobernanza Global por el German Institute of Development and Sustainability (IDOS). Es co-coordinador del Seminario Institucional “La Agenda 2030: Desafíos y perspectivas para México y el mundo” en el Instituto Mora.




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