- Roberta Lajous Vargas
Pionera
Roberta Lajous Vargas*
En 1971 inicié a cursar la licenciatura de relaciones internacionales y desde entonces busco cómo México puede obtener el mayor provecho de su relación con el mundo. Cuando pasé examen para ingresar a El Colegio de México, un profesor me preguntó por qué quería quitarle la plaza a un varón que podría llegar a ser embajador, si yo me iba a casar y no ejercería mi profesión. No sé de dónde saqué el valor, pero le pregunté yo a él si había dejado su profesión cuando se casó. Entonces la carrera no era considerada propia de mujeres. Sin embargo, hoy disfruto entrar a un salón de clases cuando hay mayoría son mujeres.
En 1975 me fui a la Universidad de Stanford, en California, para cursar un posgrado. Me costó dejar la casa de mis padres, pero ya dado el salto, me encantó la vida sola en el extranjero. Cuando ingresé al Servicio Exterior Mexicano en 1979, sentí que algunos jefes no me tomaban en serio porque pensaban que iba a dejar la carrera, lo cual me llevó a demostrarles lo contrario. Trabajé más duro, estudié mejor los temas que me asignaron y, relativamente joven, asumí el primer cargo importante: Directora General para América del Norte. Fui la primera mujer en hacerlo y de allí en adelante he sido pionera en muchas posiciones nacionales e internacionales. Sentí una enorme responsabilidad por cumplir con excelencia los cargos que tuve, porque sabía que les abría las puertas a otras mujeres. Encontré resistencias para que me llamaran directora y no director y luego, con gran orgullo, embajadora. Algunas compañeras preferían que se les llamaran señora embajador para no confundirlas con la esposa de quien ocupa el cargo.
Mi primer cargo como embajadora fue en Austria en 1995 y para mi sorpresa en Europa llamaba la atención que una mujer representara a su país. Me preguntaban como podía representar a un país de machos, lo cual me daba oportunidad de explicar los cambios en México. De manera paralela fui representante permanente ante Naciones Unidas con sede en Viena donde los embajadores de países musulmanes fundamentalistas no saludaban de mano a las mujeres. Costaba trabajo tener interacción con ellos para conocer sus posiciones en la negociación multilateral, sobre todo en la Agencia Internacional de Energía Atómica donde llegué a ejercer la presidencia de su Conferencia Internacional en 1999.
En mi experiencia, a una mujer se le exige más que a un hombre. No sólo se le pone a prueba para ver si es capaz. También se le juzga por su apariencia física. Se requiere una presentación impecable, que siempre toma tiempo, pero que no sea exagerada para no ser tratada como una coqueta, sino como una funcionaria. Sin embargo, un gran recurso que encontré fue el uso de trajes regionales para las fiestas y recepciones oficiales. Llevé al extranjero un traje de tehuana y un terno yucateco, entre otros trajes regionales bordados a mano, a los que les dí vuelo por más de 25 años, sobretodo dar el Grito. A los paisanos les encanta identificar a su embajadora con un traje que recuerda a su patria y a los jefes de Estado de otros países les alaga que uno les de colorido y distinción a sus eventos. En la primera cena que estuve con Fidel Castro, cuando fui embajadora en Cuba, llevaba mi traje de tehuana y se cruzó el salón para saludarme y halagar el traje. Evo Morales festejaba mis camisas chiapanecas de lana gruesa que me servían tanto en el frio altiplano boliviano. Alguna ventaja tiene ser mujer.
Una gran experiencia fue representar a México en el Consejo de Seguridad de la ONU. Cada sesión es un reto intelectual porque hay que ajustar la posición conforme avanza el debate parlamentario y se tiene más información sobre la posición de los demás países, sobretodo los involucrados en el conflicto. Era una convivencia cotidiana con los mismos representantes de los 15 países miembros, la mayoría de las veces a puerta cerrada. Cuando había crisis en algún lugar del mundo, las sesiones se podían prolongar toda la noche. Había que acercarse a los demás embajadores para conocer las posiciones de cada país e informar a México, antes de emitir un voto. Nunca he trabajado tantas horas bajo presión. A veces llegaba a casa al amanecer para regresar a la sede de la ONU unas horas después. Había mucha familiaridad por las horas que pasábamos en un recinto relativamente pequeño y yo era la única embajadora. Eso me obligó a dominar el difícil equilibrio que requiere una mujer para ser amable como diplomática pero firme en un trato profesional.
La embajada que más me gustó fue la última: fui la primera embajadora de México en España durante 6 años. Otra vez pionera. Por primera vez disfruté compartir la experiencia con mi marido, quien ya se había jubilado. A veces le preguntaban si él era el embajador y respondía con orgullo: soy el esposo de la embajadora. Tal vez el reto más grande que encontramos las mujeres de mi generación, en una carrera internacional, fue hacerla compatible con la vida familiar. Pero ese reto también lo tienen los hombres hoy, porque las mujeres ya exigen su propio desarrollo profesional.

*Roberta Lajous Vargas es diplomática mexicana, la primera mujer embajadora de México en España, representante permanente de México en la ONU y escritora de Historia mínima de las relaciones exteriores de México.
Twitter: @robertalajous
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