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  • Miriam Ordoñez Balanzario

La Agenda 2030 puesta en retrospectiva

Miriam Ordoñez Balanzario*


Para entender el presente y el futuro de la Agenda 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) es importante conocer su pasado. En este sentido, vale la pena recordar que las agendas para el desarrollo encaminadas a movilizar la acción internacional en torno a los principales problemas que aquejan al mundo se pusieron en marcha desde hace más de medio siglo. Estas fueron inicialmente promovidas por los países donantes de Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) aglutinados alrededor de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).


De 1960 al año 2000 se desplegaron las Décadas del Desarrollo de las Naciones Unidas, encaminadas a promover la cooperación económica para incrementar el Producto Interno Bruto (PIB) de los países pobres mediante, a su vez, el aumento de los montos de AOD provistos por los donantes. En este sentido, la lógica apuntaba a que si los países ricos invertían particularmente en el crecimiento económico de los países más desfavorecidos, esto provocaría efectos positivos en otros ámbitos como el comercio, el empleo, la salud, la educación y la alimentación.


Al cierre de las cuatro Décadas el balance no fue alentador con respecto a la consecución de ambas metas, las cuales en términos porcentuales nunca se alcanzaron. Un hallazgo relevante que emergió de los ejercicios de evaluación de estos programas es que el crecimiento económico no era suficiente para palear los diversos problemas asociados con la pobreza, por lo que la agenda subsecuente debía estar centrada en el desarrollo humano.


Paralelamente, a finales del siglo XX acontecieron sucesos que transformaron el rumbo del escenario internacional detonados en buena medida por el derrumbe del proyecto político socialista que por décadas había polarizado al mundo. El fenómeno de la globalización reconfiguró el rumbo del comercio internacional, las telecomunicaciones y posibilitó mayor interconexión entre nuestras sociedades. La agenda de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) celebrada en el año 2000 simplemente no logró responder al vertiginoso contexto de cambio de siglo, por lo que permaneció como un esquema tradicional de asistencialismo primordialmente relegado al círculo de donantes.

A diferencia de sus antecesoras, la Agenda 2030 se constituyó como una política pública global cuyo diseño integró la participación de múltiples actores que tuvieron voz y voto desde las negociaciones para definir los 17 ODS. Particularmente, la sociedad civil y la comunidad académica lograron posicionar la urgencia de atender la preservación y protección del medio ambiente: una pugna que se venía gestando desde los años setenta. Desde el paradigma de la sustentabilidad se empujó la construcción de una agenda que definiera al desarrollo con una perspectiva más sistémica. Es así que el desarrollo sostenible se gestó como el nuevo concepto paraguas que, por un lado, da continuidad a los asuntos económicos y sociales centrados en las personas, y por el otro, incluye los temas relacionados con el medio ambiente que antes se habían quedado fuera.


Partiendo de lo anterior, la Agenda 2030 ha sido hasta ahora el esfuerzo más acabado por construir un compromiso global, cuya implementación depende de diferentes actores de la sociedad civil, el sector público, las empresas e incluso de la ciudadanía. Es así que realmente ha sido exitosa en “revitalizar la Alianza Mundial para el Desarrollo Sostenible”. La convicción que hoy en día muchas personas y organizaciones tienen en torno a considerarse agentes de cambio para propiciar condiciones de vida más justas, éticas y sostenibles es una evidencia de ello.


La pregunta de fondo por supuesto es ¿se cumplirán los ODS en 2030? Después de la pandemia global causada por el COVID 19 y de la reciente crisis del multilateralismo, es claro que en términos cuantitativos, varias de las metas que se fijaron en 2015 no se alcanzarán. No obstante, es fundamental que la valoración de los progresos realizados en los múltiples asuntos que aborda la Agenda 2030 no se reduzca al porcentaje de avance de los indicadores, los cuales incluso aún requieren de crear mayores capacidades de medición.

Los datos son importantes, sin duda uno de los retos más significativos para el monitoreo y la evaluación de la Agenda 2030 es el de la calidad de la información que se produce y se difunde con fines de transparencia y rendición de cuentas. De esta manera, si bien los resultados son relevantes, estos no se refieren únicamente a aquellos que se alcancen contra reloj en los ocho años que le restan a la agenda, sino también a todos esos cambios y capacidades que ya se han generado hasta ahora.

Finalmente, cada vez es más claro que 15 años no son suficientes para un cometido tan complejo como lo es el desarrollo sostenible, por lo que resulta más fructífero pensar en cómo mantenemos la continuidad de los esfuerzos, voluntades, aprendizajes y experiencias obtenidas. Después de todo, la historia siempre nos recuerda que los seres humanos somos los únicos responsables de propiciar nuestra supervivencia o nuestra aniquilación.




*Es integrante de la Red Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo (REMECID), de la Academia Nacional de Evaluadores de México (ACEVAL), la Red MGG y la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible (SNSD México).A lo largo de 10 años de experiencia ha participado como capacitadora en temas de planificación estratégica e internacionalización de gobiernos locales y como evaluadora de políticas públicas y proyectos de cooperación internacional junto con instituciones como la Secretaría de Relaciones Exteriores.



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